miércoles, 19 de marzo de 2008

ME GUSTA QUE NO ME GUSTE


Circunstancias personales me han llevado a visitar con cierta frecuencia la cafetería de un gran hospital en los últimos días. Durante mi primer café centre mi atención en la taza, el camarero y la cuenta. Pero en las visitas sucesivas comencé a observar a la clientela ocasional y descubrí con cierto asombro el museo de arte emocional que puede llegar a ser uno de estos lugares. Semblantes adustos, miradas huidizas, ojos húmedos, pensamientos perdidos, recuerdos, recuerdos y más recuerdos flotando en el aire, impotencia, arrepentimientos contenidos, vidas ausentes. Han podido cambiar los entornos, dicen algunos que humanizandose, afirmamos otros que emboscando la doliente inteligencia emocional: pantallas planas en las sala, máquinas de café, kit- kat y patatas artesanales de la abuela. Pero, en el fondo, poco o nada ha cambiado. Somos emociones aunque a muchos les cueste admitirlo. Somos el resultado de una opción caprichosa del hipotálamo que decide si algo va a la memoria a largo o corto plazo, si recordaremos el nombre de la persona que acabamos de conocer o ni tan siquiera lo hemos llegado a percibir, si nos place una novelucha del tres al cuarto o preferimos el último ensayo de Fiederiktosher o si nos extasiamos ante el meadero de Duchamps o nos meamos de risa aprovechando la sugerencia.
Cuando acabé mi último café, una sonrisa se acercó a mis labios mientras mi hipotálamo decidía: me gusta que no me guste.

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